A nadie le duele el centro de la cabeza. Los neurólogos se lo habían dicho muchas veces a Miguel. Pero ahí estaba otra vez ese zumbido, como un pellizco continuo, entre dulzón y eléctrico, en algún punto interior del cerebro. Su padre no era neurólogo, pero sí uno de los mejores médicos de Sevilla: el doctor Benoît Le Fablec, un francés casi sevillano. Siempre había cola en su consulta. Miguel recordaba muy bien, cuando era niño, la sala de espera de su padre, llena de pacientes y él metiéndose entre las piernas de las mujeres para «ver a mi papá». Y cada vez salía de la consulta con el mismo diagnóstico: «El centro de la cabeza no duele, Miguel». Después, durante años, los mejores especialistas, amigos de su padre, en España, en Francia, con sus batas blancas y la nariz alzada le decían: «Ce n’est pas possible» o «Caballerete, ¿no será una excusa para no ir al colegio?».